Escribir sobre mi universidad es para mí una gran emoción, que aumenta cuando redescubro la importancia que este hecho ha tenido en mi vida.
La condición social de pobreza en la que vivíamos desde los años cincuenta hasta los setenta no permitía fácilmente acceder a los estudios superiores. Con 12-14 años, por imperiosa necesidad ya íbamos a trabajar al campo. En mi caso y en el de mi hermano, tenemos que alabar la inteligencia y el esfuerzo de mi madre: una mujer viuda que supo afrontar la adversidad y, a pesar de nuestra pobreza, permitir que sus hijos accediéramos a la formación profesional en las Escuelas Familiares Agrarias, alternando el trabajo en el campo con el estudio. Terminada esta formación ya viene la obligación de trabajar. Luego te casas, tienes tus hijos y te debes a tu familia.
Pues bien, aquí es donde la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) se convirtió para mí en la respuesta a ese deseo de realizar estudios universitarios. Aprobé el curso de acceso para mayores de 25 años, cursé la licenciatura en Filosofía y Ciencias de la Educación y después vino el doctorado en Pedagogía Social. Así se fue fraguando mi relación con la UNED: fui profesor tutor durante veinte años y aún cursé otra licenciatura en Antropología Social y Cultural.
Recibo con alegría la celebración del 50 aniversario de la llegada de la UNED a Calatayud. Es un deber de justicia reconocer la grandiosa labor que ha desempeñado esta universidad en España, creada en 1972, fecha en la que se tuvo una gran visión social. Su objetivo fue hacer accesible la educación universitaria a personas que, por razones geográficas, laborales, económicas o personales, no podían acudir a una universidad presencial. Sus postulados fundacionales se basaron en la democratización del acceso a la educación superior, llegando a cualquier punto del territorio español, beneficiándose así las zonas rurales; se estructuró una metodología de enseñanza a distancia, muy innovadora, con el apoyo de profesores tutores, de la televisión y la radio educativa; y se flexibilizó el proceso de enseñanza centrándolo en el ritmo de cada persona.
Mi experiencia como alumno fue estupenda; en aquella época, década de los ochenta, teníamos las tutorías los sábados, recuerdo que me llevaba mis libros y un bocadillo a Calatayud; allí asistía a las tutorías, conversaba con los compañeros y con los profesores tutores, personas muy amables y con una gran disposición. Durante el curso, solían venir los profesores y catedráticos de la sede central de la UNED de Madrid, y se organizaban convivencias, seminarios o cursos de verano a los que yo asistía con una gran avidez. Tengo un grato recuerdo del profesorado que nos trataba de maravilla, entre ellos, no puedo dejar de citar a Gloria Pérez Serrano, una persona entregada a su tarea docente, con empatía y atención a nuestras necesidades; en mi caso, incluso llegué a recibir algunas cartas personales escritas por ambas caras, donde me daba cuenta de aquellos aspectos que debía mejorar, y lo hacía mostrando un cariño especial. También recuerdo cómo el profesor Quintana Cabanas, cuando me dirigía la tesis doctoral, en alguno de sus viajes de vuelta de Madrid a Barcelona, hizo escala en Zaragoza para atenderme y orientarme en mi trabajo de investigación. En mi función de profesor tutor tengo muy buenos recuerdos, intenté siempre atender bien a mis alumnos, de quienes aún recibo elogios que me emocionan; son ellos quienes pueden decir cómo fue mi acción educadora. Fue un tiempo en el que aprendí mucho y se fortaleció mi personalidad humana e intelectual.
Hay que agradecer el impulso del doctor D. José Galindo, alcalde de Calatayud, un gran humanista, sensible a los problemas sociales, que propició en 1975 la implantación de la UNED en Calatayud; a la DPZ y al ayuntamiento bilbilitano que siempre facilitan recursos; a los profesores tutores, al servicio de administración, y a los directores del centro: Jesús Aspa, José Doblas, Luis Horno, Luis Sarriés, Julio Fuentes, Ana Lagunas y el actual Luis Joaquín Simón Lázaro. Hoy, en España, con unas 200.000 matrículas, es una universidad puntera, y el centro de la UNED en Calatayud, con sus 4.000 matrículas anuales, es uno de los mejores y más activos centros que continúa al servicio de quienes tienen menos oportunidades. Estoy agradecido y me siento privilegiado por haber sido alumno y profesor tutor en esta Universidad.
Rafael Sánchez Sánchez
Profesor Tutor jubilado de la UNED de Calatayud
Este artículo fue publicado originalmente en El Periódico de Aragón el 2 de octubre de 2025.
